05 septiembre, 2007

Bienaventurado los que leen...



Me embelesé con Inés a partir de las primeras páginas. Me conquistó su determinación, su coraje, su forma de amar. Poco a poco y sin darme cuenta, comencé a sentir un cariño por ella. Al cabo de un cuarto de libro no pude evitar sentirme enamorado de Inés Suárez, la mítica amante, como ella misma se describe, del conquistador español Pedro de Valdivia. Inés es la protagonista del libro “Inés del Alma Mía” de la escritora chilena Isabel Allende.

Confieso que había dejado de leer a Isabel, por el hecho que en sus primeros libros, era evidente su similitud de estilo con Gabriel García Márquez, que es un genio de la literatura Latinoamericana y no tiene comparación, pero con Inés del alma mía, me reconcilié con su autora y partí en búsqueda de sus otros escritos que nunca me llamaron la atención, pero que ahora volvían a interesarme.

Entre mis estudios de teología; el trabajo, el ministerio y varias otras responsabilidades, la lectura es un placer que disfruto en la medida que mis actividades me lo permite. Pero confieso que añoro las vacaciones para ponerme al día con varios libros que tengo en mi biblioteca y que acaricio prometiéndoles a cada uno darle su tiempo a solas conmigo.

Dejando de lado la Biblia, que cae de maduro su lectura diaria ¿qué leen los evangélicos? Sin duda hay excelentes libros cristianos: devocionales, temáticos, inspiracionales y novelas extraordinarias como la colección Dejados Atrás de los autores Tim Lahaye y Jerry Jenkins, pero tengo la impresión que los cristianos leen poco de la literatura secular, autores consagrados como el mismo Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Isabel Allende, Oscar Wilde, etc. No sé si por temor a ser tildados de poco espiritual o sencillamente no les interesan esas mundanas lecturas. Pero si leer Cien años de soledad es una mundanalidad, yo soy el primer mundano, ya que es una novela fantástica en todo el sentido de la palabra.

Es que la lectura de estos geniales escritores, nos producen un extraño placer adictivo. Nos entretienen, nos atrapan y nos enseñan. No podemos dejar de leerlos hasta que llegamos a la última página, tratando de adivinar su desenlace. Es una lucha inconsciente de descubrir las intenciones del autor lo antes posible, como tratando de echarle a perder el truco al mago. Leer nos culturiza e ilustra; nos abre un mundo nuevo, nos hace soñar, aprender, nos alegra el corazón y nos transporta al lugar que queramos. Ese es el mismo sentimiento que debiera producirnos el texto bíblico, cada vez que hojeamos sus páginas y nos zambullimos en ella buscando su consuelo, pero eso es tema para otro artículo.

Conozco a varios depredadores de libros que denotan un bagaje cultural exquisito, un léxico elevado y sólidos argumentos debido a sus hábitos de lectura, los que muchos reconocen hacerlo hasta en el baño, placer que unos niegan y que otros disfrutan y ventilan.

Pero la adicción por la lectura comienza desde la niñez. ¿Quién no ha leído libros como Papelucho, o Viaje al centro de la tierra de Julio Verne? Quien escribe, recuerda en especial el texto “Corazón” de Edmundo de Amicis, que relata las historias de un niño que plasma sus observaciones del colegio en un diario. Es precisamente en la niñez donde se debe sembrar la semilla de la lectura. Los expertos recomiendan no imponerle los libros a los niños, sino dejar que ellos escojan los textos que deseen leer, se les puede orientar, pero no obligar ¿quién no sufrió acaso con El Quijote de la Mancha? Texto obligatorio en el colegio que no hacía temblar a la hora del examen. ¡Cómo odié a Miguel de Cervantes y a su retórico protagonista!

Lamentablemente hay que reconocer que es oneroso leer en Chile. El alto costo de los textos, más el impuesto del 19%, hace que se atice el fuego de la piratería, que reduce a la mitad y menos de la mitad su valor real. Contrario a lo que pasa en países como España, donde el impuesto al libro no sobrepasa el 4%. Hoy una buena novela o un best sellers, cuesta en Chile un promedio de $12.000 y $18.000, lo que hace inalcanzable su adquisición para el lector de clase media-baja que recibe el sueldo mínimo. Esto le niega a un gran segmento de la población que se ilustre y siga en la hambruna cultural en la que se encuentra, donde lo más importante es llenar el estómago y después la cabeza (obvio). Pero hay libros tan buenos, que bien vale la pena pagar su precio y su lectura tan extraordinaria que es fácil leerlos de un plumazo.

No se dedique a leer sólo literatura evangélica. Amplíe su rango de lectura a autores diversos. Aprenda de ellos. Apagué la pútrida televisión basura y tome un buen libro en sus manos y lea a conciencia su trama. Aprenda palabras nuevas, utilícelas luego con sus amigos y verá que ellos no dejaran de notar su nuevo léxico. No se sienta culpable ni deje que se lo hagan sentir por no leer sólo la Biblia. Yo mismo me acuso de leer entre otras cosas, The clínic, el diario más sarcástico e irreverente de la política chilena, lo hago porque me da un enfoque diferente de la actualidad nacional y no me siento menos espiritual por eso.

¿Y tú? ¿Cuál fue el último libro secular que leíste sin sentirte culpable?
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