21 diciembre, 2007

Carta a mi amigo enamorado...



Cuando te vi entrar a mi oficina, pensé que había sucedido una tragedia. Y lo era. Sin saludarme te sentaste, tomaste tu cabeza con ambas manos y me dijiste:
Me dejó. Ya no siente lo mismo que yo —hiciste una pausa y luego continuaste—. Me voy a morir, amigo, no estaba preparado para esto.
Casi pude ver tu corazón palpitando con dificultad, lentamente, con ganas de morirse. Me dijiste que te habías enterado recién y que sentías que te faltaba el aire. Me preguntaste por qué Dios había permitido eso. Yo guardé silencio porque intuí por tus ojos vidriosos, que un dique detenía un diluvio de lágrimas y no me equivoqué. Sólo fue necesario un acercamiento breve para que te cobijaras en mis brazos y lloraras como un niño empapando mi camisa y humedeciendo mis ojos con tu tristeza. Me impregnaste de tu agonía.

Mientras te abrazaba y sollozabas como un niño, me puse lastimosamente en tu lugar. Sufrías de amor. Eso duele. Sólo los que lo han vivido saben. Para ti, el mundo se había detenido. El sol ya mañana no volvería a salir. Las estrellas todas se apagaron. Las flores se murieron de una vez. Los ángeles rindieron sus alas y guardaron silencio. Tu corazón estaba herido de muerte y pensabas que la vida se te iba por los ojos.

Mientras te rodeaba con mis brazos ese día, recordé las palabras de Pablo Neruda: Es tan corto el amor y tan largo el olvido… Mi corazón se entristeció con el tuyo y como te prometí, te acompañaría a sostenerte en pie, así tenga que cargarte todo los días hasta que sanes.

¿Sabes? Alguien una vez me enseñó (a quién aún amo pero no me corresponde) que: Amar y querer no es igual. Amar es sufrir, querer es gozar. Que el que ama pretende servir, pero el que solo quiere, pretende vivir y nunca sufrir. Esa es la diferencia entre lo que tú sientes y lo que otros hacen. Pero déjame decirte, que tal vez no sea la última vez que llores por una mujer. Aún eres joven y tu corazón sólo ensaya para el amor verdadero que vendrá. Lo importante es que sepas, que a Dios también le importan las penas del corazón. Él no es indiferente a las emociones humanas. Él mejor que nadie sabe que amar significa pagar precios. Y muchos de los que leen esto lo han hecho. Varios podrían contarte una historia más triste que la tuya y verías que no eres ni serás él último muchacho que llore por un amor no correspondido.

Los tiernos años que tienes, te ayudarán a sanar con prontitud. Una fractura no es igual para un niño como para un anciano. Verás que en poco tiempo volverás hacer lo que con tanto ahínco me has prometido. Te volverás a enamorar una y otra vez hasta que encuentres el amor de tu vida. Ese que llene cada espacio y como pieza de rompecabezas calce perfecta en tu vida y tú en la de ella.

Ese día me preguntaste, ¿podré volver a conquistarla? Hoy te digo: no lo sé. Pero… vale la pena intentarlo. Si tuviera tu edad la convencería de que ella es mi vida entera. Me encargaría de hacerla sentir la mujer más amada del mundo. La coronaría de reina a diario y me sembraría a su puerta sólo por verla pasar unos momentos. Le mentiría, le ofrecería una estrella, la que ella quisiera y se la bajaría amarrada con lazos de ternura adornada con besos de mariposa. Si yo fuera tú, robaría todos los días su flor preferida de un jardín prohibido y se la dejaría por donde ella pasara. Tatuaría su nombre en cada ventana. Pondría en todas las radios de la ciudad su canción predilecta. Plagiaría los poemas de Neruda y me declararía con las letras de mis boleros favoritos. Prometería amarla para siempre y aunque “siempre” es mucho tiempo cumpliría todas mis promesas. La hechizaría mirándola a los ojos y susurrándole un te amo con ternura. Detendría el tráfico de la más congestionada ciudad y les pediría que me ayudaran a convencerla que Dios me otorgó el don para cuidarla como se cuida a la flor más bella. Con pistola en mano obligaría a la luna menguante que se llenara y a los insectos nocturnos a tocar una serenata en su ventana.

A mi no me resultó, pero quién sabe, tú tienes las magia que a mi me faltó. Pero de una cosa estoy seguro, querido amigo, vale la pena intentarlo. Lucha por ella. Juégatela apostando la vida. Interrumpe sus sueños y no le des tregua a las voces del desaliento. Así, cuando caigas rendido por el cruel rechazo, sentirás la satisfacción de decir: lo intenté todo. Recién ahí, tu nombre valdrá la pena recordarlo, porque fuiste el valiente que no ocultó lo que muchos hombres se avergüenzan de expresar. Por último, gracias por la lección que me has dado: Los hombres también lloran y no por eso dejan de ser hombres. Al fin y al cabo, todos hemos llorado, pero tú lo has hecho como todo un hombre…

Tu amigo, Boris.
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