12 diciembre, 2008

Mail: Responder a todos y con copia a:



Tantos años de trabajar en administración me han enseñado que no importa dónde trabajes, en todos lados encontrarás de lo mismo. En cualquier oficina del mundo existirá un jefe déspota, una secretaria coqueta y un empleado chismoso. De la misma forma habrá alguien que llega tarde los lunes y otro que sea el preferido del jefe. Como también el infaltable y humeante café de la mañana sobre nuestro escritorio, el que responde a la ley de Murphy dándose vuelta sobre el teclado. Las rutinas de escritorios son iguales en todas partes.

Así como la máquina de escribir era indispensable en las oficinas de antaño, hoy lo es el Mail o correo electrónico, que comienza a trabajar primero que nosotros apena encendemos nuestro computador. Los mensajes fluctúan entre bromas de amigos, anuncios de nuevos virus que mencionó CNN, cadenas de alguien que se está muriendo o el cierre de MSN; entre todos los spam, y casi estorbando están los correos institucionales con peticiones urgentes de informes, citaciones a reuniones a mitad de mañanas o recordatorios de ayuda que habías prometido.
Queramos o no la “matrix” nos tiene prisioneros del sistema y estamos obligados a ir todos los días y a cada momentos a verificar si han llegados nuevos mensajes para no quedar fuera de la vertiginosa era electrónica. Nada de memos, nada de mensajes en papel o tediosas circulares informando que “Pepe Tapia fue desvinculado de la empresa por meterse los dedos a la nariz”. El Mail es automático, instantáneo y una vez enviado, nada hay por hacer. Todo está consumado.

Los que trabajan en administración me entenderán. Todo parece estar bien en la oficina y con tu trabajo. La rutina parece marchar normal. El mismo colega perdiendo el tiempo, la secretaria maquillándose frente a un espejo, el auxiliar conversando con otro empleado apoyado en la escoba, el supervisor jugando al solitario hasta que… recibes un mail de un colega increpándote por un olvido de tu parte de algo muy importante. Lo abres, lo lees y te das cuenta que tiene razón, lo olvidaste. El mail parece estar cargado de mala onda, recalca palabras como: “Te avisé con tiempo”, “otra vez”, “atrasas mi trabajo”, “no estoy dispuesto a cubrirte de nuevo” etc. Pero eso no es lo peor, lo es cuando te fijas a quién le mandó copia. Tu colega se esmeró en escoger de su lista de contactos a las personas menos apropiadas para leer su mail: Tu jefe directo, subgerente y gerencia general. Te agarras la cabeza y lo primero que dices para sí es: este hijo de… ¡&¿!$#@¿!

La pregunta es, ¿qué pretende con enterar a todos de tu error? ¿Le subirán el sueldo por exponer tu olvido? Nada de eso, debes leer entre líneas que lo que realmente el colega está gritando a quien quiera escucharlo es que no quiere que sigas trabajando en la empresa y menos a su lado. Que eres un inútil y que no estás a la altura de su perfecta gestión. Te está diciendo, este trabajador no hace sus labores como corresponde como yo, enloda esta magna oficina con su ineficiencia, podemos conseguir a otro mejor (incluso con un sueldo menor).

Pero por lo general, los ejecutivos de alto rango no se involucran en estas nimiedades, pasan estos mail de inmediato a elementos eliminados y continúan su vida en forma normal. ¿O creen que el gerente no puede dormir en la noche pensando en el mail del colega?

Hay ciertos códigos éticos que un oficinista no puede olvidar, y que hay que respetar “aquí y en la quebrá del ají”; y uno de ellos es a quién le envías copia en tus mail. Lo más probable es que haya una contra respuesta con el ícono “responder a todos” que terminará con el acusado y el acusador colmando la paciencia de los “CC”. Hasta que otro le ponga paños frío a la situación, pero entre ambos quedará una molestia virtual, la que se materializará al otro día en la mañana cuando ya no se digan buenos días.

Quiénes nos movemos en el mundo de la administración, entendemos una cosa, el que sabe, sabe. Él que no… es jefe. Y a este no es necesario enterarlo de todo. ¿Ok? ¿Quedó claro?

21 julio, 2008

Mi otro hobby


La fotografía es otro de mis pasatiempos que cultivo con cierta pasión. Me gusta ver lo que otros no ven y capturarla con mi cámara tratando de extraer su más exquisita esencia. No soy profesional, y no es necesario serlo para apretar el disparador y fotografiar un hermoso paisaje, un ave majestuosa o una sencilla flor. Todo eso y más, nos hace converger en un solo punto: Admiración por la creación de Dios. La fotografía captura detalles que a ojo desnudo pasamos por alto. Nos permite meditar en lo perfecto de lo que Dios ha creado para nosotros.

Con mi cámara Fujifilm Fine Pix S5700 de 10X y 7 megapíxeles, me ha permitido disfrutar de gratos momentos con la naturaleza y la admiración de hermosas obras que no sólo quedaron en mi retina sino también en una imagen.

Hoy, las cámaras digitales ya no son un lujo de pocos, su masiva entrada al comercio a precios muy bajo, ha permitido que muchos tengan este tipo de cámaras, que con un poco de dedicación se logra lindas tomas.

Los invito a cultivar este hobby. Lo disfrutarán tanto como escribir. No les prometo que ganarán un Pulitzer pero sí les prometo que lo pasarán muy bien.

15 julio, 2008

La gota que rebalsó la jarra



A María Música Sepúlveda se le pasó la mano al arrojarle una jarra de agua al rostro de la Ministra de Educación Mónica Jiménez. Se salió de madre y se jactó con soberbia de su hazaña. Miró al sol con los ojos abierto en señal de arrogancia. Levantó el puño amenazando y lo dejó caer con intención de agredir. Luego, miró para todos lados, esperando recibir los halagos de sus pares, palmaditas en la espalda y un “te pasaste”. Al lado, como escudero, su madre con el ceño fruncido, una mujer que debería tener más cabeza que su hija pero que resultó tener menos neuronas que ella. No sólo la respaldó sino que la justificó. Son madre e hija, pero parecen amigas y esa combinación, créame, no es buena. Un jarro de agua a una Ministra de Estado, era el mayor triunfo para una mocosa de tan solo catorce años, algo así como quién le toca la oreja a un rival mayor y sale invicto. La muchacha no tiene conciencia de lo que hizo ni de la gravedad de su acto. Hoy vive de la fama mediática, de las entrevistas de los medios por haber desafiado al Estado al arrojarle una jarra de agua a una delegada del gobierno.

Por otro lado, medio asustados, como queriendo y no queriendo, el Colegio de Profesores dijo entender a la estudiante. Eso le costará caro al gremio, que está perdiendo credibilidad al no sancionar a una de sus pupilas que, derechamente, metió las patas. Un gremio que forma gente; con valores, que insta a sus alumnos a llegar a la universidad y convertirlos en profesionales, hombres y mujeres de bien, padres de familia, madreas con profundo sentido social… ¿qué arrojen agua a la cara de alguien cuando no están de acuerdo? Momentito. Algo no cuadra aquí. El ladrón no puede ir tras el juez ¿verdad? Entonces el que justifique la irresponsabilidad de la muchacha que cruzó el umbral del respeto humano, del dialogo y el derecho fundamental de discrepar y llegar a un consenso, está actuando como ladrón persiguiendo al juez. Además, los mismo profesores se quejan del maltrato que reciben sus colegas en las aulas y hoy aparecen justificando la agresión de la adolescente.

Así como tuvo la osadía de mostrar la hilacha, deberá tener la misma gallardía para enfrentar la sanción, porque de seguro no se irá con las manos vacías. Pero se lo timbro y se los firmo, esta niña dará que hablar. Hoy fue una jarra de agua, mañana… mañana será otra cosa.

Damas y caballeros: Hoy hemos visto el acto de María Música Sepúlveda que confundió franqueza con insolencia. Una muchacha que a todas luces está resentida con la sociedad, que tiene un uno en dominio propio y un siete de mal educada. Que se merece escribir cien veces en el pizarrón: No debo tirarle agua a la ministra.

Observe algo: En su declaración a la prensa habló de represión, de pacos, de guanacos, mismo lenguaje que usan los que vivieron la dictadura militar. La muchacha ha heredado el odio que no ha vivido sino escuchado desde que tiene uso de su poca razón. Si no quiere que la sancionen, entonces no haga cosas de grande. No se comporte como energúmena ¿o cree que vivimos en un pueblo sin ley?

En cuanto a la progenitora de esta niñita, hay mucho que decir, pero haga usted los comentarios, que los míos también se salieron de madre.

Nota: Artículo publicado en Diario Ciudadano el 15/07/2008. Vea reacciones aquí.

27 junio, 2008

Editores: Manos de tijera

Era la 01:30 de la madrugada y por fin lograba poner el punto final a la revisión de la obra que presentaría para la convocatoria que realizó Grupo Nelson, a su Primer concurso de novela de ficción. El resultado: una obra de 256 páginas, de una historia, según yo, buenísima. Es que alguien por ahí me enseñó que debemos amar todo lo que literariamente parimos. Cansado por el trabajo, empipado de tanto café para espantar el sueño, cavilé en lo que pensaría el editor a leerla.

Tal vez, me dije, ojeará las primeras páginas y la tirará al tacho de la basura. Porque cuando uno es aprendiz, muchos manuscritos pasarán por ese lugar antes de escribir algo que sea publicado y vea la luz del sol desde una vitrina, ya como libro, esperando ser comprado. Pero, eso lo decide un señor llamado editor, que es algo así como el cedazo de las editoriales. Su escudero. El que tiene la labor de evaluar, corregir y decidir si el trabajo se va al tacho de elementos eliminados o con alguna manito de gato logra perfilar un buen material. Para muchos, es el malo del rubro, el que troncha los sueños de los novatos escritores, pero no es así. Un día los cuestioné hoy los defiendo.


Hace poco leía un reportaje que le hizo un diario a la destacada autora chilena Isabel Allende, y ella recordaba las múltiples ocasiones que fue rechazada por los editores porque no encontraban merito en su trabajo. Es que ser escritor es un camino largo, largo, que muchos de nosotros, incluyéndome, nos cansamos de recorrer y cuando hemos terminado algún trabajo, viene este señor llamado editor y con sus manos de tijeras comienza a recortar, podar, eliminar el trabajo que con tanto cariño hemos realizado y créame, eso duele.

Mi amigo Eugenio Orellana, que tiene una larga trayectoria como editor y traductor para varias editoriales en EE.UU, aún recuerda y sé que comparte en sus seminarios en ALEC (Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos) una anécdota que me sucedió cuando por primera vez pasé por el trauma de una edición de un artículo por un profesional. Según yo, lo que había escrito era lo mejor después de la rueda. Cuando me publicó el artículo corregido ¡no lo podía creer! Lo llamé a Miami, Florida y le dije: Esto no fue lo que yo escribí. Lo tuyo no servía, me dijo. Y comenzó a mencionarme los errores. En el momento dolió porque era más ignorante que ahora, con el tiempo no sólo agradecí la corrección sino que la esperaba con impaciencia cada vez que escribía algo. Hoy nos reímos de esa anécdota y cada vez que hablamos me la recuerda.

El editor no es un Bin Laden literario que quiere troncharlo como escritor. Más bien es el que nos ayuda a que nuestro trabajo sea bien evaluado y no pasemos vergüenza de lo mal que escribimos. Acepte con humildad sus opiniones, sugerencias y recortes. Ellos saben más que usted y yo, porque esa es su territorio, su campo. Hágale caso. Lo único que le va a doler es el orgullo.
Cuando terminé de corregir mi manuscrito y pensé en lo que opinaría quién la evaluará, cavilé que sin importar lo que él decida u opine de mi trabajo, no me quitará lo bien que lo pasé escribiendo, el placer que tuve de crear una historia, un personaje. Lo divertido que es inventar. Sentir que en nuestras manos está el poder de matar personajes, hacer cándido a uno y malo a otro. Divertir, intrigar y emocionar al lector. Engañarlo y hacerle creer que tendrá cierto desenlace y que en realidad terminará de una manera inesperada. Todo esto no tiene precio. Porque uno escribe antes que todo, no para convencer al editor, sino uno escribe para divertirse.

21 diciembre, 2007

Carta a mi amigo enamorado...



Cuando te vi entrar a mi oficina, pensé que había sucedido una tragedia. Y lo era. Sin saludarme te sentaste, tomaste tu cabeza con ambas manos y me dijiste:
Me dejó. Ya no siente lo mismo que yo —hiciste una pausa y luego continuaste—. Me voy a morir, amigo, no estaba preparado para esto.
Casi pude ver tu corazón palpitando con dificultad, lentamente, con ganas de morirse. Me dijiste que te habías enterado recién y que sentías que te faltaba el aire. Me preguntaste por qué Dios había permitido eso. Yo guardé silencio porque intuí por tus ojos vidriosos, que un dique detenía un diluvio de lágrimas y no me equivoqué. Sólo fue necesario un acercamiento breve para que te cobijaras en mis brazos y lloraras como un niño empapando mi camisa y humedeciendo mis ojos con tu tristeza. Me impregnaste de tu agonía.

Mientras te abrazaba y sollozabas como un niño, me puse lastimosamente en tu lugar. Sufrías de amor. Eso duele. Sólo los que lo han vivido saben. Para ti, el mundo se había detenido. El sol ya mañana no volvería a salir. Las estrellas todas se apagaron. Las flores se murieron de una vez. Los ángeles rindieron sus alas y guardaron silencio. Tu corazón estaba herido de muerte y pensabas que la vida se te iba por los ojos.

Mientras te rodeaba con mis brazos ese día, recordé las palabras de Pablo Neruda: Es tan corto el amor y tan largo el olvido… Mi corazón se entristeció con el tuyo y como te prometí, te acompañaría a sostenerte en pie, así tenga que cargarte todo los días hasta que sanes.

¿Sabes? Alguien una vez me enseñó (a quién aún amo pero no me corresponde) que: Amar y querer no es igual. Amar es sufrir, querer es gozar. Que el que ama pretende servir, pero el que solo quiere, pretende vivir y nunca sufrir. Esa es la diferencia entre lo que tú sientes y lo que otros hacen. Pero déjame decirte, que tal vez no sea la última vez que llores por una mujer. Aún eres joven y tu corazón sólo ensaya para el amor verdadero que vendrá. Lo importante es que sepas, que a Dios también le importan las penas del corazón. Él no es indiferente a las emociones humanas. Él mejor que nadie sabe que amar significa pagar precios. Y muchos de los que leen esto lo han hecho. Varios podrían contarte una historia más triste que la tuya y verías que no eres ni serás él último muchacho que llore por un amor no correspondido.

Los tiernos años que tienes, te ayudarán a sanar con prontitud. Una fractura no es igual para un niño como para un anciano. Verás que en poco tiempo volverás hacer lo que con tanto ahínco me has prometido. Te volverás a enamorar una y otra vez hasta que encuentres el amor de tu vida. Ese que llene cada espacio y como pieza de rompecabezas calce perfecta en tu vida y tú en la de ella.

Ese día me preguntaste, ¿podré volver a conquistarla? Hoy te digo: no lo sé. Pero… vale la pena intentarlo. Si tuviera tu edad la convencería de que ella es mi vida entera. Me encargaría de hacerla sentir la mujer más amada del mundo. La coronaría de reina a diario y me sembraría a su puerta sólo por verla pasar unos momentos. Le mentiría, le ofrecería una estrella, la que ella quisiera y se la bajaría amarrada con lazos de ternura adornada con besos de mariposa. Si yo fuera tú, robaría todos los días su flor preferida de un jardín prohibido y se la dejaría por donde ella pasara. Tatuaría su nombre en cada ventana. Pondría en todas las radios de la ciudad su canción predilecta. Plagiaría los poemas de Neruda y me declararía con las letras de mis boleros favoritos. Prometería amarla para siempre y aunque “siempre” es mucho tiempo cumpliría todas mis promesas. La hechizaría mirándola a los ojos y susurrándole un te amo con ternura. Detendría el tráfico de la más congestionada ciudad y les pediría que me ayudaran a convencerla que Dios me otorgó el don para cuidarla como se cuida a la flor más bella. Con pistola en mano obligaría a la luna menguante que se llenara y a los insectos nocturnos a tocar una serenata en su ventana.

A mi no me resultó, pero quién sabe, tú tienes las magia que a mi me faltó. Pero de una cosa estoy seguro, querido amigo, vale la pena intentarlo. Lucha por ella. Juégatela apostando la vida. Interrumpe sus sueños y no le des tregua a las voces del desaliento. Así, cuando caigas rendido por el cruel rechazo, sentirás la satisfacción de decir: lo intenté todo. Recién ahí, tu nombre valdrá la pena recordarlo, porque fuiste el valiente que no ocultó lo que muchos hombres se avergüenzan de expresar. Por último, gracias por la lección que me has dado: Los hombres también lloran y no por eso dejan de ser hombres. Al fin y al cabo, todos hemos llorado, pero tú lo has hecho como todo un hombre…

Tu amigo, Boris.
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06 noviembre, 2007

La mató porque la amaba



La mató. Lo hizo porque no le cocinaba bien. Ella no aguantaba su hálito alcohólico, no soportaba sus brutales golpizas ni humillaciones. No toleraba ser abusada sexualmente por las noches. Decidió que era hora de marcharse, pero eso lo determinaba él y no ella. Cuando huyó, él la buscó y la amenazó con matarla si no volvía. Volvió a casa, pero igual la mató. El arma homicida era un cuchillo cocinero que ella utilizaba para prepararle el almuerzo. El mismo con el que más tarde el desgraciado tuviera las fuerzas para arrebatarle la vida. Buscó ayuda pero encontró sólo promesas. Más tarde en su declaración al fiscal, el hombre dijo haberla matado porque la amaba mucho…

A pocos metros de ahí, casi en una contrariedad, una familia de creyentes disfrutaba de su cena familiar en un ambiente hogareño y de tranquilidad. Nada interrumpía su conversación excepto lo que sucedía a poca distancia de su hogar.
—Carlos, le están pegando otra vez a la vecina…
—¿Cuándo entenderá el hombre que no debe pegarle a la mujer? Debería ir a la iglesia ¿podrías pasarme la mermelada, cariño?
—Pobrecita, deberíamos llamar a carabineros…
—Mejor será que no nos metamos mi amor. El vecino es muy violento. Estos días vamos a orar por él…

Carlos, déjame preguntarte algo: ¿quién mató a esa mujer? Permíteme ayudarte, yo te lo digo. En este crimen hubo dos asesinos. El que empuñó el cuchillo y tú. Sí. Tú también. Tú porque sabiendo hacer lo bueno no lo hiciste. Porque optaste por cerrar tus oídos a los gritos de auxilios y no intervenir. Fuiste un cobarde. Pudiste detener la mano asesina pero preferiste quedarte en casa sin entrometerte. Antes de que ocurriera la tragedia, debiste hablarle al infeliz que hay un Dios que ama a las personas y que puede cambiarlo para siempre. Estaba en ti decirle que busque ayuda y tú mismo discipularlo. Sin embargo, preferiste aleluyar en tu congregación antes de ensuciarte con la miseria humana de afuera. Eres tan culpable como él. Él irá a la cárcel pero tú tendrás que dar cuenta a Dios por tu pecado de omisión. ¿Por qué no denunciaste? ¿En tu congregación nunca escuchaste la parábola del buen samaritano?

Hoy existe muchos Carlos en nuestras iglesias. Hombres religiosos pero cobardes, cómodos e indiferentes. Disfrutan de las bendiciones de Dios pero no son capaces de compartirlas. Viven encerrados en las cuatro paredes del templo cantando pero con una actitud glaciar a lo que pasa a su alrededor. Viven en un cómodo evangelio, casi en una burbuja espiritual. Creen en la salvación personal y que el resto se las arregle como pueda, mientras el mundo muere apiojado por la miseria humana. Quieren que los pecadores lleguen a los templos, pero no salir a buscarlos.

Este año en nuestro país han muerto cincuenta y tres mujeres en manos de sus cónyuges o convivientes. Es irónico pero fueron muertas por el hombre que la enamoró, la conquistó y prometió protegerla. ¿En qué momento éste se convierte en bestia y olvida sus promesas?

Señoras y señores: Hoy me atrevo a levantar mi voz para denunciar el abuso que muchos hombres de mi país están llevando acabo con sus mujeres. Me niego a ser un Carlos, que calla para no meterse en problemas. No quiero ser cómplice de pecados ajenos. Desde el momento que presencio un maltrato y guardo silencio, soy subsidiario de lo que pase. ¿Cuántos prójimos han quedado mal heridos en el camino por no intervenir, por no arremangarnos la camisa y ensuciarnos las manos para ayudarlo? Hablo de hechos concretos y no palabrería aprendida de memoria. Hablo de hacer algo y no quedarnos como observadores esperando un desenlace. El evangelio es acción, no sólo oración…

Creo en la familia cristocéntrica, creo en el rol sacerdotal del hombre en el hogar, creo que el hombre fue creado por Dios para proteger a la mujer y no abusar de ella. Si soy consecuente con mi discurso, entonces tampoco permitiré que otros lo hagan. Atrevámonos a denunciar al golpeador a la policía. No cerremos los oídos a los gritos silenciosos del maltrato infantil. Denunciemos la violencia intrafamiliar. Hoy puede ser por ellos, mañana… por nosotros.
¿Yo denuncio? ¿Te atreves tú a denunciar? Opine aquí

02 octubre, 2007

¿Por qué tienes un blog?

(Sólo para blogueros)

Quienes poseemos un blog, tenemos un común denominador: nos gusta escribir. Lo hagamos bien o mal, disfrutamos haciéndolo. Amamos plasmar nuestras ideas en papel o directamente en una pantalla. Nos agrada leernos a nosotros mismo, como una especie de narcisismo literario. Cada creación que ve la luz, lo hacemos como si estuviéramos pariendo hijos. Y son precisamente eso, hijos literarios que nos han costado horas de gestación; de dolores ortográficos, malestares de redacción y mucha corrección hasta que ve la luz y está en condiciones de ser leído por otros. Pero muchos de estos “partos literarios” son prematuros; salen a la luz sin ser terminados, sin ser pulidos, sin ser corregidos, con muchos defectos por no esperar el tiempo correcto de maduración antes de subirlos a la red. Ahí esta la diferencia entre el que escribe como una forma de aprender a hacerlo y el que lo hace a la rápida sin la intención de tomárselo en serio.

Escribimos con la ilusión de que nos descubran y nos lean. Nadie escribe para leerse solo. Íntimamente deseamos ser leídos por lectores inteligentes que valoren nuestros escritos. Los más soñadores, ser descubiertos por una editorial importante que le pidan que escriba para ellos. Pero la realidad es que la mayoría de nosotros nos conformamos con auto-publicarnos y para eso tenemos un blog. Es la forma más sencilla de salir al mundo. De dar a conocer lo que somos, lo que sentimos, lo que soñamos, lo que nos gusta y lo que no. Nos exponemos a la opinión de un gran número de lectores que nos aprobaran o rechazarán según la habilidad que tengamos de “enganchar” al lector. De ahí la importancia de parir buenos temas, interesante, entretenido y correctamente escritos, que para nadie es fácil por la complejidad de nuestro español.

Para muchos, el blog o bitácora, hoy muy de moda, ha venido a reemplazar al antiguo diario de vida que varios de nosotros tuvimos cuando éramos unos adolescentes y que escondíamos con tanto esmero, pero que era leído por la mayoría de nuestros padres y odiosos hermanos a escondidas. La franqueza, la transparencia con la que escriben algunos blogueros me sorprende. Tienen una capacidad de transmitir emociones tan fuertes que los envidio. Saben que pueden ser leídos por una cantidad indeterminadas de personas en el vasto mundo de la red, pero de igual forma se atreven. Nos hacen partícipe de su intimidad, de lo que piensan y sienten. Nos abren su corazón y desnudan su alma frente a nosotros.

Hay tantos tipos de blog como rayas tiene una cebra. Unos escriben poesía, otros narrativas, otros de arte, de tecnología, de reflexión, de teología, etc. Son tan variados los temas que no hay aspecto humano que no sea abordado en algún sitio. Unos nos hacen reír, otros nos emocionan. Otros nos enseñan o nos confunden, pero todos tienen su sello personal de quien lo mantiene. Escriben de la abundancia de su corazón. De lo que les gusta, les apasiona e interesa. He visitado muchos blog y debo confesar que algunos me han sorprendido por la calidad, forma y estilo que escriben que los visito con cierta frecuencia esperando encontrar temas nuevos. Podría nombrar a varios, pero de seguro dejaría a muchos fuera que merecen su justo reconocimiento.

Pero si queremos que nos lean, tenemos que escribir bien. Para eso tenemos que leer. Esta es la regla de oro de todo taller literario. Empaparnos de otros que han alcanzado la perfección y han conquistado el interés de un público. Aprender sus técnicas, sus modos e imitarlos hasta que creemos nuestro propio estilo. Todo Nóbel escritor, fue primero un escritor “novel” (note la diferencia) que comenzó igual que todos nosotros con aciertos y desaciertos, que fueron rechazados por muchas editoriales antes de ser descubiertos. Escribir es un arte que se aprende y domina, solamente practicando.

En lo personal me gusta la narrativa, estoy terminando de pulir una novela que tal vez un día me atreva a enviarla a una editorial para ser evaluada, además de varios cuentos que tengo bien guardado. Mientras tanto, debo seguir escribiendo como una forma de “ensayo” y es por eso que tengo un blog, porque sé que echando a perder se aprende. Porque la práctica pule mi estilo y aunque riño con la ortografía, me ayuda a superarme. Escribo porque me gusta, me desahoga, me produce placer. Escribo porque quiero. Escribo porque me antoja ser escritor…

¿Y tú? ¿Por qué escribes? Opina aquí...

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